El Doscientosquinientos


Mi General nos contaba que su padre era muy aficionado a los caballos, pues los había criado desde potros y por lo tanto les tenía mucha estima. Cada año seleccionaba los mejores para dejarlos en la finca y los demás potrillos los vendía en Latacunga, Lasso o en Saquisilí.

En uno de los rodeos que hacían para la selección de los caballos, mi padre estaba presente y se inició en la tarea, observando pasar uno por uno los potros. Mi General, como buen conocedor de caballos, hacía su propia selección, y mi abuelo con el mayordomo hacían por su parte otra selección, puesto que cada uno tiene razones diferentes para hacer su selección. Luego de la pasada por primera vez de todos los potros, se hacía un cotejo de los seleccionados, cada potro tenía su número y por lo tanto todos aquellos que coincidían se ponían aparte como seleccionados. Mi General me contaba que no coincidían en la mayoría, porque los puntos de vista eran bastante diferentes.

Como militar, mi General buscaba un tipo de animal fuerte con mucha resistencia y en general que trote, pues es el caballo más apetecido en las filas del ejército, aunque esa selección no era con ese propósito. En cambio, para la finca lo mejor era el que tenía posibilidades de ser de paso suave, para montar y que pueda ser lo suficientemente dócil para apoyo en el manejo del ganado, tanto caballar, como ovino y de asnos, que era lo que tenía la finca.

Pasada la primera vuelta, los que habían sido seleccionados por los dos grupos se separaban. Se pasaban nuevamente los que independientemente habían sido seleccionados, de esta manera se ponían de acuerdo y la mayoría eran seleccionados, y unos pocos los dejaban por fuera para la venta.

Luego venía la parte más importante, porque había que amansar a los potros y esto era trabajo de personas especializadas. Cada finca tenía su propio amansador de caballos y muchas veces el éxito de un caballo bueno de servicio era el resultado de una buena doma y de que el Chalán, como se los llamaba, saque el paso o el trote de cada uno de ellos en forma nítida. Después de amansar los caballos se volvía a hacer otra selección, de tal manera que quedaban los caballos definitivos de la finca, que siempre eran alrededor de diez a doce, y el resto era para el servicio de los mayordomos, mayorales y las necesidades generales de la finca.

Una vez que se terminaba la doma, había unos pocos potros que eran los que le gustaban al abuelo, y si el amansador decía que parecía muy bueno, con toda seguridad que esos caballos eran separados y se les ponía un nombre. Cuando estaban en la tarea de poner nombres a los caballos, cuenta mi General que mi abuelo vio salir corriendo a un potro con uno de los amansadores, y que este era uno de los preferidos. Mi abuelo salió al corredor de la finca y le gritó al hombre que si dañaba al caballo tenía que pagarle… En ese momento, no se sabe cuánto quiso decir, pero repitió dos veces Doscientosquinientos.

Posiblemente quiso decir solamente doscientos sucres, pero al mismo tiempo pensó que era muy poco y pensó en los quinientos. En ese momento mi General se rio del trabalenguas que hizo mi abuelo y le puso ese nombre al caballo, a pesar de las protestas de mi abuelo. Más tarde ese animal era uno de los preferidos de toda la familia por lo bueno, manso y obediente que resultó, y se hizo muy popular no solo en la hacienda sino fuera de ella por lo extraño del nombre.