A las órdenes de los esmeraldeños


Durante una de las revoluciones más sangrientas de este país, en la provincia de Esmeraldas, Alberto Enríquez era teniente de caballería, recién ascendido. Los revolucionarios se reunieron alrededor del General Concha y pelearon, con el fin de derrocar al gobierno de ese momento. Por todo lado había escaramuza de una guerra sin cuartel que daban las fuerzas de Concha en toda la provincia.

Una de las consignas de los revolucionarios era que a todo oficial que se tomara preso había que matarlo enseguida, y a la tropa tomarla presa. Una tarde estaban jugando fútbol la tropa y algunos oficiales en el campamento, que generalmente eran campos improvisados dentro de la selva, el partido estaba muy interesante porque ambos equipos eran muy parejos y las posibilidades de gol habían pasado varias veces para ambos equipos, sin que se llegara a concretar por ningún bando.

Cuando ya faltaban pocos minutos para que el partido terminara en tiempo reglamentario, el equipo de la tropa metió el primer gol, que tenía caracteres de dramatismo. Cuál no sería la sorpresa cuando de la selva salió el grito muy agudo de GOOOOOOL, y quedó petrificada toda la soldadesca, porque los que gritaban el gol eran precisamente los enemigos que habían venido a atacarles y se habían quedado viendo el fútbol. Más tarde se trabaron en encarnizada lucha fratricida.

En la misma revolución, días más tarde del acontecimiento del fútbol, en una embosca el teniente Enríquez y su grupo cayó en un lugar del que difícilmente hubieran salido peleando, como acostumbraban, pues casi todos los soldados habían sido heridos o muertos. En un canal el teniente Enríquez se vio completamente acorralado y tenía dos hombres suyos muertos al frente. Él sabía que, si caía en manos de los revolucionarios y con el grado de teniente que lucía su camisa, sería ejecutado inmediatamente.

En un intento de salvar “el pellejo”, se cambió la camisa con uno de los soldados que estaba muerto, y luego de seguir luchando un poco cayó prisionero de los morenos revolucionarios de Concha, por cuanto ya se le acabó todo el parque o municiones que tenían él y los soldados muertos, no teniendo otra alternativa que entregarse como prisionero. En ese mismo momento le asignaron como esclavo-prisionero a una de las familias cuyo padre, un moreno grande de ojos muy vivos, era uno de los compactados con los que había estado combatiendo.

El “teniente” fue llevado a la casa de don Manuel, como le decían sus amigos, con los ojos vendados para que no pudiera orientarse y no tener idea de dónde estaba. Por espacio de varias semanas permaneció en la casa, haciendo los quehaceres que se le ordenaban en forma lo más aceptable posible. Para ese entonces el teniente ya sabía tocar la guitarra y algunos instrumentos de viento, y por lo tanto le fue muy fácil conquistarse la buena voluntad de toda la familia de don Manuel, que constaba de su señora esposa y de dos muchachas de 20 y 22 años de edad. Como se pueden imaginar, las fiestas comenzaron a tomar popularidad con el “chulla” que tocaba los instrumentos musicales fácilmente y hacía las delicias de las bailarinas natas de la zona.

Qué más pasó en tan interesante grupo no se sabe con claridad, pero lo que se conoce es que cuando el chulla Enríquez fue canjeado por alguno de los prisioneros que tenían los del gobierno, hubo muchos llantos y lamentos porque Albertito, como ya le llamaban, se les iba y era difícil que lo volvieran a ver, por las circunstancias de la guerra, que estaba por terminarse.

Años más tarde mi General, candidato a la Presidencia de la República, en el clásico recorrido por las provincias tuvo que pasar un río en la provincia de Esmeraldas, el cual estaba recordando como conocido, pues por allí era donde los morenos le tuvieron prisionero en forma clandestina por esas semanas. Cuál fue su sorpresa que el moreno que manejaba la canoa le fue familiar y el moreno también se quedó viendo extrañado reconociéndolo, hasta que mi General se levantó y se acercó al timonel y le dijo: tú eres don Manuel. El moreno le respondió inmediatamente: y tú eres Albertito. Un gran y efusivo abrazo, poniendo en peligro la estabilidad de la canoa, consolidaba la amistad interrumpida por la guerra y el canje de prisioneros, de esas dos personas que habían convivido por un tiempo en forma tan singular, en un suelo tan hermoso, fecundo y bello como es la Provincia de Esmeraldas. Mi General no quiso hacer más comentarios sobre si llegó o no a la casa de Flor María, la hija menor de don Manuel, que vivía con su marido.

Hace algunos días atrás, tenía que hacer unos trámites en el Cantón Atacames, sobre un departamento que tenía mi familia Enríquez Oreamuno en Same. Necesitaba hacer dos gestiones sobre el departamento, lo que nos llevó a esperar un largo rato porque no había un papel, no había un documento, etc., pero con santa paciencia, como hay que tener hoy en día con todo tipo de trámites en este hermoso país, nos sentamos con mi esposa en unas duras sillas de plástico, que están a disposición de los que tienen que esperar para ser atendidos. Me acerqué dos veces a la señora que estaba frente a una computadora y le pregunté si debía volver, como es la costumbre, o alguien nos podía atender.

Regresó a ver a todo lado y al fin vio a un muchacho, de unos veinticinco años, que daba las vueltas sin saber qué hacer, y le dice: ve tú, que no haces nada, atiende a los señores, refiriéndose a los dos que estábamos esperando. El muchacho se acercó con muy buen agrado y me preguntó qué era lo que quería. Le expliqué en pocas palabras lo que necesitaba e inmediatamente salió para la parte trasera, seguramente para preguntar cómo se hacía todo lo que le pedía, porque regresó y me explicó que debía adquirir papeles de tal clase y un formulario de otra. Cuando regresé trayendo los papeles me atendió todo muy amable.

Uno de los trámites que tenía que hacer era una solicitud para que se me considerara de la tercera edad para hacer una rebaja en los impuestos. Se hicieron los papeles, pero alguien (seguramente el jefe) debía firmar los papeles, y en el momento en que terminaban justo el señor salía por un rato, pero no regresaba. Atentamente otro señor me dijo: no importa, si no regresara yo le firmo, en representación. Así fue que, como no regresaba el hombre, pidió los papeles para legalizarlos, pero resulta que no encontraba un esferográfico para la firma y solicitó uno. Como yo estaba cerca le ofrecí el mío y luego de un rato regresaron los papeles ya firmados y legalizados, y el muchacho me dice: vaya rápido a cancelar en esa otra ventanilla, que ya mismo son las doce y media y tenemos que cerrar.

Di la vuelta al lugar indicado y solicité que se me cobrara, pero cuando llegué ya estaban cerrando todos los puestos. El muchacho que originalmente me había ayudado me dice: venga conmigo, y algo le dice a la muchacha que atendía y esta me regresa a ver y me queda viendo con mucha atención, capaz que me descontroló por un momento, y deja todo y me atiende, pero mi esposa nota que me veía y que conversaba algo con la compañera, que hacía otros papeles.

Al terminar toda la documentación ya era pasadas las doce y media, pero ella le pidió a la compañera que termine el trámite. Francamente era todo un movimiento fuera de serie, puesto que ellos normalmente cierran las oficinas y le piden a uno que regrese. Esto no sucedió y terminó el trámite hasta entregarme todos los documentos legalizados.

La muchacha, una mujer de unos treinta y cinco años o un poco mayor, me dice: no sabe lo impresionada que estoy viéndole a usted, pues me recuerda mucho a mi padre tanto por el rostro como por el pelo. Lógicamente al principio no me llamó mucho la atención, por la forma en que nos habíamos visto, además el pelo cano que tengo puede confundir a cualquier persona en varias formas. Pero la muchacha siguió insistiendo entonces reparé bien en ella y vi que era una morenita, trigueña, no completamente negra de muy buenas facciones y que se comunicaba con la vista apenas nos vimos.

Le pregunté de dónde venía, ella me dijo que de la parte central de Esmeraldas. Quiero pensar solamente que aquella muchacha puede ser mi sobrina, pero un llamado a la señora de parte del jefe no me dio tiempo de preguntarle por su padre o su madre para poder relacionar adecuadamente la estadía de mi General en las tierras esmeraldeñas.