Mariana
1
Mi primera nieta nació cuando vivíamos en el CATIE. La bebé se inquietaba mucho, y lloraba en las tardes. Yo, salía del trabajo un poco más tarde de las cinco.
Al llegar a casa, la niña estaba o llorando o muy inquieta, en los brazos de alguno de la casa. Tan pronto como yo la tomaba en mi brazo, se tranquilizaba y se dormía.
En general, para que se durmiera la niña, la madre tenía que pasar largo rato golpeando el pañal y meciéndola.
Hoy en día, cuando ya pasa de los treinta, aún se recuesta junto a mí, en la cama y me dice “hum hum hum” para que acaricie su espalda, y se queda tranquila mientras vemos televisión.
2
Cuando era muy niña, se acostumbró a mamar la esquina de una cobijita que le habían regalado. No quería soltarla por nada. Como esto sucedió durante la época en que aprendía a gatear y a caminar, se pueden imaginar, el estado en que se encontraba la cobija, la cual llamaba la “mema”.
La muchacha notó que la cobijita estaba muy sucia, y cuando Marianita se durmió, la quito de la cuna. Aprovechó para lavarla y colgarla en el cordel del patio de la casa, para que se secara.
Cuando la niña despertó, y se dio cuenta que la mema no estaba en la cama, gritó y lloró. Hasta que le hicieron ver, que la famosa mema había sido lavada y se estaba secando. Llorando fue, y se pegó a su mema. Se quedó colgada de ella toda la tarde, llorando y reclamando que la hubiesen lavado.
3
Por un tiempo Marianita vivía con sus padres en la población de Turrialba, cercana al CATIE donde yo trabajaba.
En el jardín de la casa, había una planta silvestre o voluntaria de tomate, de una variedad muy pequeña, cuyos frutos cuando maduros eran deliciosos.
La niña vió que mucha gente se los comía. Se acostumbró a salir de la casa gateando, y comerse todos los tomates de la planta, ya sean maduros o tiernos.
4
Vivíamos en el CATIE y Marianita, su madre y mi esposa, salieron a una tienda grande a comprar ropa y darse una paseadita en las tiendas, como se acostumbra aquí.
Encontraron un vestido que a Marianita le gustó muchísimo y se lo probaron. Cuando quisieron quitárselo para ir a pagar, la niña se resistió. Salió corriendo por la tienda gritando “no, no, no… puta, puta, puta”, para que no le quitaran el vestido.
5
Vivíamos en una casa muy grande, en la Guaria de Moravia. Mi cuñada tenía que operarse la dentadura, y el trabajo se debía hacer en Guatemala. La hija de esa familia, Ana Virginia, fue encargada a mi señora, ya que era muy pequeña y no la hubieran podido llevar.
Esta niña, cuando estaba comiendo, tiró la cuchara al suelo. La recogí, pero había otra cuchara cerca de ella, y le digo “no la tire” y automáticamente lo hizo. Entonces, le dije “salada, ya no hay cuchara, no hay más comida“.
Al siguiente día, cuando estábamos comiendo, me queda viendo, y coge la cuchara y me dice “salada” y la tira al suelo.
Esta misma chiquita vivió con nosotros tres semanas, la cuidamos y la queremos mucho. Pero mi nieta Marianita, que estaba viviendo con nosotros, y que veía que le atendíamos mucho, un día le dice muy enojada y brava “mocosa roba Titos”.
6
A Marianita, le tocó vivir un tiempo con nosotros. Para ese entonces, Nena estaba estudiando la materia de química, y le tocó aprender la tabla periódica de química.
Marianita era su ayudante para tomarle la lección de la tabla. Tantas veces habrán repasado la tabla periódica, que ya ambas se la sabían de memoria.
Un día llegó mi cuñada María Elena, y se da cuenta que la niña se sabía la tabla casi completa, y la recitaba con mucha facilidad. Mi cuñada se queda asustada, y le dice que era “pipa”. Nadie sabía qué quería decir. Resulta que como es cubana, en ese país se dice así a las personas inteligentes, con mayor razón a los niños con la demostración que le daba la chiquita.
7
María Elena, es mi concuñada de origen cubano, y se dio cuenta de que no se desprendía de la “mema” antes mencionada. Le convenció a la bebé de que ya era hora de dejar la mema, porque que iban a decir las personas que supieran que era grande, y todavía usa la mema. La verdad, es que inmediatamente dejó la mema de la que no se separaba.
Después de un tiempo, María Elena se dio cuenta de que se chupaba el dedo. Se sentó a hablar con ella, y le convenció de que no siga con el dedo porque se le iba a dañar la uña, a desfigurar el dedo, además, como se iba a Miami, Mickey Mouse al verla, se iba a asombrar que una niñita así de linda lo hiciera, y eso era muy vergonzoso.
Inmediatamente, notamos que ya no tenía la maña del dedo a la boca.
8
En alguna ocasión fuimos a Miami con Marianita, que estaba aún pequeña. Fuimos a visitar todos los lugares típicos de entretenimiento para niños. En un lugar, encontramos la casa de Mickey Mouse, y quiso que le tomaran fotografías con uno de sus personajes preferidos.
Mi esposa, que siempre fue aficionada a tomar fotos, se explayó tomándole fotografías en todas las posiciones, y con todos los otros personajes.
Cuando llegó a casa, y quiso sacar el rollo de la película, se dió cuenta que no había rollo, y que no había ni una sola foto, de todas las que le “había tomado” a la niña durante el dia.
9
Marianita como era la primera nieta, tenía que experimentar todo. Un día, le encontré jugando con el control de la televisión, y pasando los canales rápidamente. Le dije la primera vez, que no jugara con el control, pero ella no hizo caso y siguió jugando.
Le quité el control, y lo puse a un lado. Entonces, se abalanzó al control, lo tomó y lo lanzó contra la pared del frente, rompiendo la protección del control.
Mi reacción fue muy rápida, seguramente no lo pensé mucho, tomé a la bebé, y le di un nalgada sobre los pañales. Creo que ha sido la única vez que haya tocado a uno de los nietos. Pero la madre me dio la razón, cuando se fue a quejar que yo le había reprendido.
No creo que haya sentido nada, debido a los pañales. Lo importante, era que se asustó mucho, y se quedó calladita. Todos pensábamos que se iba a pacificar de las travesuras, pero no fue así. Siguió igual, pero ya no era mal intencionada.
10
Marianita, como hemos visto antes vivió bastante tiempo con nosotros. Un día, había una fiesta en nuestra casa con los amigos del CATIE.
Casi al final de la fiesta, nos dimos cuenta de que Marianita, estaba caminando en una forma errática de lado a lado, golpeando con las paredes. Pensábamos que estaba enferma, y le pusimos atención.
Allí, nos damos cuenta que se había tomado todos los restos de licor y cerveza que habíamos dejado en la mesa de centro de la sala. Esto, mientras fuimos a almorzar.
11
Marianita vivió con nosotros también en Quito, por algún tiempo. Cuando niña era muy delgada. Un día llegó a casa llorando, porque uno de sus compañeritos le había dicho “piernas de cañería”.
Era tal el resentimiento, que no quería regresar a la escuela al siguiente día.
12
En esa misma época, Marianita ya un poco más crecidita, se hizo muy coqueta. Tenía una cara muy bonita, y estaba en pleno desarrollo del cuerpo, sin dejar de ser delgada.
Un día, la abuelita salió a recibirla del bus de la escuela. Ella corrió hacia mi esposa, y le dijo llorando que en el bus alguien le había dicho “buenota”. Como era pequeña, no tenía ni idea de lo que le habían dicho, y no sabía si era un insulto o un piropo.
13
Cuando Marianita andaba por los quince años, vivíamos en San José, y yo prácticamente le exigía que aprendiera a manejar. Ya que esa es una de las mejores herramientas que tenemos.
Un día se saltó un alto, y seguramente le grite muy alto: “Cuidado!” (ella dice que muy alto). Se enojó, y dijo que ya no seguía manejando. Quise disculparme si lo había dicho muy alto, pero ella estaba tan enojada que me dijo que no volvería a manejar.
Mi reacción fue que “estaba bien, allí nos quedamos. Yo tampoco movería el carro“, asi que, ella tenía que seguir manejando. Nos quedamos un rato parados en la esquina, hasta que reaccionó, y continuó manejando.
14
Marianita siempre fue muy celosa con sus abuelos, ya que había crecido con nosotros por mucho tiempo. Ahora yo tengo mi edad, y ella pasa de los treinta.
Un día, le cuento que en el vecindario hay una chiquita de dos años, que se ha pegado a mí, y me dice Tito, y a mi esposa, Abu.
Siempre le molestamos, porque cuando la chiquita, que se llama Mia, llegaba a la ventana del comedor, nos saludaba y mandaba besos volados. Marianita, aún hoy, se pone celosa.