Chocolate caliente


Mi General nos dio una lección cuando nos contó una anécdota de cómo nunca se debe hacer cosas que puedan resentir a los demás, tal como pasó una vez en el cuartel al cual él pertenecía. Contaba que tenían un comandante que era de muy mal genio y que por todo bueno o malo que pasara dentro del cuartel castigaba a inocentes y culpables, pero por tonterías, por esta razón la gran mayoría de personal lo quería poco.

Contaba que en una ocasión había hecho gala de ser malo con un grupo de soldados nuevos, los cuales no tenían ese espíritu de soportar todo lo que les venga encima sin ninguna protesta, tal como era costumbre en los cuarteles, es decir, la obediencia pura.

Tenía la especial manía de que, si alguien no le gustaba algo o dejaba un poco en el plato, ordenaba al salonero que le pusiera todos los días y doble ración hasta que aprenda a comer o beber el líquido poco apetecido por el soldado.

En una ocasión sirvieron chocolate, el cual estaba muy caliente, y como todos sabían que el comandante buscaba pretextos para castigar a los subalternos, uno de ellos dijo: qué bueno está el chocolate, pero no se lo puede tomar por lo frío que está. Oyendo el comandante semejante comentario o queja, era para él una excelente oportunidad para dar un castigo al culpable de semejante inoperancia, de servir el chocolate frío, y para certificar el hecho “delictivo”, tomó un gran sorbo del chocolate que en verdad estaba hirviendo y se pegó tal quemada que por algunos días desapareció del cuartel, sin poder castigar a nadie por cuanto no sabía quién había dicho aquello, ni podía castigar al cocinero por poner el chocolate caliente, como siempre se lo exigió.

Al preguntarle a mi General, alguno de mis hermanos, si fue él quien dijo que estaba el chocolate frío, él nos dijo que no, pero nosotros presumimos que sí fue él, conociéndole cómo defendía a sus subalternos.