Toma preso en la barbería a un criminal


Por algunos años mi General fue comandante de un pelotón que se llamó “Cazadores de los Ríos”.  El nombre se debe a que durante esa época había varias bandas de cuatreros y de criminales muy avezados que asolaban la región, a estos maleantes había que verdaderamente cazarles para terminar con ellos.

Como el General en la juventud ascendió muy rápido en el ejército, por acciones de armas, mucha gente le tenía envidia en el Ministerio de Defensa. Cuando crearon este pelotón, vieron que como jefe de dicho pelotón quizá no iba a durar mucho tiempo, porque o lo mataban o se despechaba del ejército.  

La afición por el ejército era tan grande que él aceptó el reto con mucho gusto, considerando que una de sus hermanas vivía en la zona de Vinces por donde debía circular el pelotón, porque esa era la zona más afectada. Desde que entró al pelotón, el General se ganó la voluntad de todos sus miembros, por el don de gentes que tenía, pues sabía ganarse la voluntad de sus seguidores fácilmente. Además, tocaba la guitarra, el piano y el violín en forma magistral a pesar de hacerlo al oído, ya que estuvo tan ocupado en su carrera profesional de militar que nunca tuvo tiempo de aprender música por nota, y podía armar una farra fácilmente en cualquier lugar y a cualquier momento.

En cierta ocasión le comentaron que un criminal al que habían perseguido por mucho tiempo estaba en la ciudad de “Armón”, haciéndose la barba. Todo el mundo sabía que a más de este prófugo siempre andaba con otros compañeros que en este caso le servían como guardaespaldas, y también ya debían algunas vidas en la región. Como el General era nuevo en el pelotón muy poca gente lo conocía, y en ese lugar estaba seguro de que nadie se daría cuenta de su condición de jefe del pelotón. Tampoco podía entrar con toda su gente, porque se habría producido una balacera de la cual difícilmente hubiera salido con bien. Teniendo esa ventaja, dispuso su gente alrededor del pueblo en lugares donde nadie podía verlos, y que a una señal saldrían a ayudarle para llevarse al prisionero.

Sin ningún recelo, entró al pueblo como un paisano cualquiera, claro que a nadie le llamaba la atención que portara armas si todos tenían al menos un revólver o una carabina. Se acercó a la plaza central, identificó la peluquería, tal como la habían descrito los que la conocían, y resueltamente fue directo a ella, lo que no llamó la atención de nadie pues él mismo tenía una barba algo crecida y todo el mundo pensó que lo natural era que se acercara a hacerse la barba. Tan pronto se instaló en el local, identificó al criminal por las señas que le habían dado, y no tardó en ponerle el revólver en el frente y pedirle que saliera inmediatamente del lugar.

El criminal sin darse cuenta de lo que verdaderamente estaba sucediendo salió con él, sin decir ni una palabra, quién sabe qué pensaba ese momento, cualquier cosa menos que un solo hombre se atreviera a tomarle preso y en su propio lugar. Una vez afuera del local de la peluquería, dio la señal para que el resto de los soldados entraran, lo amarraran y desaparecieran del lugar. La gente del pueblo no comprendía qué había pasado y no pudo reaccionar para liberar al hombre que fue llevado rápidamente y perdido en el monte, que era conocido por algunos de los soldados.

En un acto de valor como ese, el General comentaba que ni él mismo estaba consciente del riesgo que tomaba, pues era conocido que aquel personaje ya tenía muchas muertes en su haber y en formas poco comunes. Eso le sirvió como ejemplo y respeto muy grande para el resto de su permanencia como comandante de ese pelotón.

También nos contaba que los componentes de ese pelotón, o sea sus miembros, algunos eran criminales, a los cuales había que aplicarles “la ley de fuga” en caso de que quieran fugarse antes de ser entregados a las respectivas autoridades, pues en ese entonces los criminales sí eran juzgados adecuadamente y la gran mayoría recibía su castigo adecuado. Como eso lo sabían, algunos trataban de escapar y los soldados se veían en el “doloroso deber” de cumplir con la ley, esto mismo pasaba en la cárcel, donde se les facilitaba la huida.

El General ofreció a las personas que tenían algún potencial para ser miembros del grupo perdonarles la vida si se incorporaban al pelotón, donde sirvieron fielmente durante muchos años. De esta manera tenía personal muy fiel y que le ayudó mucho por el gran conocimiento de la zona, las costumbres y los rincones donde se escondían estos delincuentes. Alguno de ellos tenía la costumbre de hacer una línea con una lima para cada criminal o ladrón que tenía que disparar y seguramente matar. Cuando mi General dejaba el pelotón, su asistente el sargento estaba buscando otro fusil (carabina llamada entre ellos) para reemplazarlo pues ya se le había acabado el espacio para poner más rayitas en el fusil.